Dicho lo cual, ¡que os guste!
Las luces de la ciudad en la noche se reflejaban en las
pupilas de Wanda, cambiantes ante su mirada vacía. Sentada en el moderno sillón
de cuero, la Bruja Escarlata suspiró.
Era la cuarta noche consecutiva en la que no conseguía pegar
ojo.
La soledad de la torre en ausencia de todos los demás
(excepto en ocasiones Clint, quien se pasaba de vez en cuando para comprobar
que todo seguía en su sitio y aún no había matado a nadie) ya se le hacía
inmensa durante el día; pero al menos cuando el sol brillaba en el cielo podía
entretenerse en las múltiples salas de entrenamiento, curioseando entre los
cachivaches de Stark, o incluso saliendo momentáneamente a la calle para
comprar cualquier estupidez, o dar un paseo por el parque. Sin embargo, una vez
que el manto de estrellas se cernía sobre ella y recibía un comunicado del
aparato que le habían personalizado diciéndole que: “Si quieres reponer
energías, es el momento de ir a la cama.”, las sombras, las pesadillas y la
intranquilidad la rodeaban hasta hacerle imposible conciliar el sueño.
La primera noche había pensado que lo más práctico sería
distraerse más o menos igual que lo hacía por las mañanas, pero poco le había
costado descubrir lo nerviosa que le ponía que las luces de la torre se
encendiesen a su paso mientras el resto de la casa se sumergía en tinieblas.
Tras tres horas vagando de un lado para el otro poniéndose histérica, se había
sentado en aquel mullido sillón, uno de los que daba a los enormes ventanales,
y allí había permanecido hasta que empezó a clarear. Lo mismo hizo la segunda
noche, la tercera, y ese mismo día cuando la cama volvió a rechazarla. Por
algún motivo, la visión de la ciudad en la oscuridad, despierta como ella
cuando no debería estarlo, ejercía sobre Wanda un extraño efecto relajante, que
le permitía mantener a raya sus emociones, el torbellino de sensaciones que la
inundaban por dentro, mientras permaneciera con la vista fija en el gran
ventanal.
Sobre todo, más que
los carteles luminosos, los pequeños focos desafiantes de las farolas, más
incluso que la silueta recortada de los árboles, a Wanda le gustaban los
coches. En mayor o menor medida, pero a todas horas podía ver esas centellas de
luz que se desplazaban, veloces e inagotables, sobre el negro asfalto, blancas
al situarse frente a ella y rojas una vez que se alejaban, centellas móviles e
imparables… Que de alguna manera, le recordaban inevitablemente a él.
Wanda se arrebujó en la suave manta, destrozándose otra vez
las uñas violetas que mordisqueaba nerviosa. La decisión del Capitán de
obligarla a reposar dos semanas para que superase su agitado estado emocional
no podría haber sido más equivocada. Sí, era verdad, para qué mentir; en sus
últimas misiones, como poco no había hecho lo que se esperaba de ella, y en
ocasiones había llegado a poner en peligro al resto del equipo: se despistaba,
corría riesgos innecesarios, perdía el control sobre sus propios poderes que
tan rápido dejaban de funcionar como se rebelaban en su contra… Sin embargo,
con la vuelta de Pietro había quedado claro cuál era el origen de aquella
turbación constante en su mente, y desde que este había regresado de la muerte
a Wanda le había costado borrar la sonrisa de su cara. Recuperó todo el tiempo
perdido en el entrenamiento, volvió a tener pleno poder sobre sus habilidades,
a dormir sin problemas, y el tiempo que no dedicaba al equipo era el que pasaba
con su hermano, otra vez unidos, como siempre había sido y debía ser…
Hasta que en algo más de tres días la maldita misión se lo
llevó nuevamente de su lado.
Y pese a que esta era breve y no muy importante, más una
toma de contacto que cualquier otra cosa, planeada para durar una semana, ella
no había tardado en sentir nuevamente esa horrible desazón que le llenaba cada
vez que Pietro se separaba demasiado. Sabía, pese a que el equipo iba con un
día de retraso, que no podía haberle pasado nada grave, o lo notaría; solo de
pensar un instante en el dolor atroz que la había atravesado en Sokovia, los
ojos se le llenaban todavía de lágrimas. Aun así, era incapaz de sentir una
seguridad completa cuando se encontraba sola y los ardientes recuerdos llenaban
su mente.
Volvió a mirar el comunicador de su muñeca, esperando
cualquier mensaje, por nimio que fuera; nada. A lo mejor la habían desconectado
de la red de la misión a fin de facilitar su “recuperación”, pero lo único que
estaban consiguiendo manteniéndola ajena a todo lo que sucedía era que acabase
aún más nerviosa.
-Maldito el que diseñó este puñetero plan –murmuró entre
dientes. Un soplo de aire le sacudió el pelo ligeramente, y entonces, Wanda
sintió su corazón palpitar con más fuerza un segundo antes de oír su voz.
-Veo que volvemos a estar de acuerdo.
Se giró, y la emoción hizo que estuviera a punto de romper
el cristal de la torre. Pensó en correr hacia él y abrazarlo pero, como
siempre, Pietro se le adelantó y cuando se quiso dar cuenta ya se encontraba
rodeada por sus brazos.
En un gesto natural, le pasó las manos torpemente por encima
de los hombros y le dio un fuerte y fraternal beso en los labios, como habían
tenido la costumbre de hacer desde niños. Se separaron ligeramente, pero no lo
suficiente como para que Wanda pudiese dejar de sentir cómo él la envolvía,
como si fuese una niña pequeña.
-Ya estoy aquí –susurró su hermano.
Con suavidad, le cogió la mano y, en una marcada reverencia
que hizo a la chica soltar una risita, preguntó, una galante sonrisa
jugueteando en las comisuras de sus
labios:
-¿Quiere bailar, señorita?
Wanda también sonrió mientras Pietro se levantaba y, con una
mano en su mano y la otra en su cintura, comenzaron a dar lentos pasos al
compás de una música inexistente. Sus lentas y profundas respiraciones eran
todo el ritmo que necesitaban seguir.
-Te encantaba hacer esto cuando éramos niños, ¿recuerdas?
La Bruja Escarlata se apretó más contra él, asintiendo
mientras apoyaba la cabeza en su pecho. Le hacía gracia que, con lo similares
que habían llegado años atrás, ahora él le sacase más de una cabeza; en ese
momento, era capaz de escuchar el latido de su corazón, perfectamente
sincronizado con el suyo propio, golpeando contra su oreja.
-¿Qué tal los demás? –preguntó.
En todo momento hablaban en susurros, como si pronunciar las
palabras en voz alta pudiese romper aquella delicada situación de felicidad que
tanto les había costado hallar.
Que tanto sufrimiento les había causado.
-¿Tanto te preocupas por mí que nada más verme preguntas por
los demás? –bromeó Pietro, lo que provocó que su hermana le diera un leve
golpecito en el hombro. Rio. –Tuvieron que dejar el helicóptero a las afueras
de la ciudad y coger un coche, así que a mitad de camino decidí que andando
llegaría antes. Probablemente aún nos quedan otros diez minutos hasta que
entren armando jaleo.
Los pies de ambos seguían balanceándose de un lado a otro, y
el chico hizo dar una vuelta a su hermana antes de que sus cuerpos volviesen a
pegarse. Diez minutos. Tras una vida
entera teniéndose únicamente el uno al otro, ahora parecía que aquellos
instantes para estar solos fuesen de oro.
-Oye, Wanda –murmulló, apartándole un mechón de pelo castaño
de la cara–Te quiero. ¿Lo sabes, verdad?
Llevaba tanto tiempo sin oír esas palabras, tan cargadas de
importancia en una persona que, como su hermano, rara vez expresaba sus
sentimientos, que su instinto le obligó a rebajar la presión con una gracia.
-No digas eso demasiado a menudo, o mi novio se pondrá
celoso –comentó con una sonrisa.
De repente, los pasos rítmicos de Pietro se pararon
bruscamente, y una sombra oscura se cernió sobre sus ojos.
-¿Novio? –inquirió con la ceja arqueada.
Lo previsible de su reacción hizo que una carcajada
procedente de los más profundo de sus entrañas surgiera de la boca de Wanda, un
borboteo maravilloso que llenó el silencioso vacío de la torre unos segundos
mientras esta obligaba a su hermano a volver a bailar…
Y en ese momento, toda la tensión, todas las noches de
insomnio, las pesadillas, las sombras, la inquietud, todos los fragmentos de su
alma, rota en Sokovia, explotaron y salieron a la superficie hasta que, antes
de que pudiera evitarlo, la cara de la joven se vio bañada en lágrimas y su
cuerpo, en vez de volver a seguir el compás imaginario, se derrumbó sobre su
hermano, asiéndolo con tanta fuerza como un náufrago a un salvavidas.
Tras tanto tiempo flotando sola a la deriva, eso era lo que
suponía su gemelo para ella: un salvavidas.
-Ey, ey, –susurró Pietro, acariciando su melena con los
dedos -no pasa nada, ya estoy aquí.
-Te he echado tantísimo de menos –gimió ella entre sollozos,
incapaz de desenterrar la cara de su pecho.
-Lo sé, lo sé, yo a ti también –contestó el joven, tratando
de mantener la entereza en su voz. –Muchísimo.
Porque el sufrimiento había sido igual de terrible para
ambos, ambos seguían sintiendo aquel ramalazo del dolor que suponía perderse
mutuamente, latente; y sin embargo, la única razón por la que Pietro la
ocultaba, por la que intentaba continuar de una pieza cuando no sentía más que
ganas de abandonarse al llanto y aferrarse a su hermana, era precisamente esta:
que ahora mismo, ella le necesitaba más que él mismo ansiaba un consuelo.
Aunque el chico había estado solo, desorientado al
despertarse en un lugar desconocido sin nadie cercano a quien preguntar, al
menos él había tenido la certeza de que su gemela continuaba viva, protegida
por el resto del equipo en algún lugar; por el contrario, ella había perdido
aquel vínculo casi más mágico que sus habilidades durante cerca de tres meses,
hasta que él había regresado. Y solo pensar en encontrar ese terrible vacío en
su mente, más en la de una persona acostumbrada a conocer los pensamientos de
todos, se le hacía sencillamente insoportable.
Continuó consolándola en silencio un tiempo, dejando que
ella se desahogara hasta que ya no quedasen lágrimas por brotar.
-Prométeme que no volverás a irte nunca –dijo finalmente Wanda.
Sus sollozos ya eran casi ininteligibles, pero Pietro seguía
sintiendo su camiseta ligeramente húmeda, y su voz queda, frágil, era capaz de
revelarle más cosas que todo un soliloquio sobre los sentimientos de cualquier
otra persona.
Así que con la misma delicadeza con la que ella le trataba
siempre que de niño se había metido en algún lío, la separó apenas unos
centímetros de sus brazos, para que sus miradas pudiesen encontrarse. El joven,
observando las pupilas brillantes de su hermana, situó las manos en sus hombros
y, con los ojos enrojecidos y la voz cargada de emoción, respondió:
-Lo prometo. –E incapaz de mantenerse a aquella distancia
por más tiempo, volvió a recogerla entre sus brazos -Lo prometo. A partir de ahora, te juro que no
nos separaremos más.
-Nunca.
-Nunca.
Para cuando el resto del equipo llegó a la torre, Pietro ya
había llevado a su hermana hasta su cuarto, lejos del ruido que con toda
seguridad provocaría la celebración de otra misión exitosa. Allí, cogidos de la
mano, con la cabeza de ella apoyada en su hombro, y la incipiente barba de él
rozando su pelo, los dos observaron juntos las incansables luces de la ciudad
bailando bajo sus pies, haciendo frente a la oscuridad de la noche.
Juntos. Como siempre había sido y debía ser.
***
Y... ¿qué os ha parecido? ¿Ha estado bien? ¿No? ¿Vosotros acabasteis igual de obsesionados con los Maximoff después de ver la película?
¡Un beso, y chau!
Esperaré la versión sin spoilers que todavía no vi la película jaja.
ResponderEliminarCuando la publiques te ruego que me avises porfi ♥
Saludos