Hola, me presento. Soy Manuel, y como gran amigo de Dillaardi (que me ha propuesto colaborar con ella en este blog), pienso publicar de vez en cuando historias que escriba o ayudarla con sus Top Ten Tuesday y sus geniales Cinematographics.
Aquí os dejo el primer capítulo de una historia que se me ocurrió de pronto mientras andaba por la playa, este verano. Si os gusta, no dudéis en ponernos un comentario, que ayudará a que siga escribiendo. Gracias :)
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Capítulo 1. Lloviendo
El suave roce del viento contra las finas hojas del sauce situado tras la caseta de campo de mis abuelos, las estrellas de aquel cielo cubierto de negro y el dulce y afectivo abrazo de ese hombre en que tantas veces me había apoyado, hacían de esa noche algo que nunca olvidaría. Quizá fuera porque nunca volvería a verle. Puede que simplemente fuera por lo bonito del momento o quizás sólo me quería agarrar a ese recuerdo como aquel en que todo iba genial.
Estábamos sentados bajo el enorme árbol, mi abuelo lloraba y a pesar de mis grandes intentos por no entristecerle más, no podía evitar soltar una o dos lágrimas. Él me estaba recordando que no aguantaría mucho más tal como vivía. A partir del parkinson que le diagnosticaron hace unos 44 años, cuando tenía 29, su historia había empezado a destruirse.
Yo no le conozco en esos años de jovialidad y juventud, sólo tras su enfermedad. Siempre ha sido una persona fuerte que más que recibir, ha prestado ayuda a todo a quien amaba.Yo era uno de esos y, sinceramente, no imaginaba un futuro sin mi abuelo.
Yo no le conozco en esos años de jovialidad y juventud, sólo tras su enfermedad. Siempre ha sido una persona fuerte que más que recibir, ha prestado ayuda a todo a quien amaba.Yo era uno de esos y, sinceramente, no imaginaba un futuro sin mi abuelo.
En el oscuro firmamento se vislumbraban ya algunas nubes que traían de compañeras diminutas pero contundentes gotitas de agua.
- ¡Joseph, Gordon, entrad a casa! - gritó la bajita y regordeta figura de la abuela Cass desde la ventana.
Cassi, como la llamaba yo, escondía un buen corazón bajo sus pieles arrugadas, pero nadie podía negar su fuerte genio.
Gordon y yo pasamos a la choza tras limpiar y secar los pies con el felpudo que la propia Cassi había cosido. El recibidor era ancho y daba sitio a un amplio salón con varios cuadros que mi madre pintaba de niña y que ellos habían colgado. La verdad, la casa era pequeña, pero tremendamente acogedora.
Mientras la anciana preparaba té, el abuelo restregó la manga de su abrigo azul por la cara para que su mujer no se percatara de su anterior llanto. Yo imité su gesto, y después, Cass nos sentó en los sillones del comedor y nos acercó la bebida.
- ¡Cuidado Josh! ¡Te puedes abrasar!
Si, casi todos me llamaban Josh: mis padres, mis amigos, y de vez en cuando mis viejos Cassi y Gordon.
- Claro abuela, soplar y dejar reposar, soplar y reposar...
- Y beber - concluyó el otro dando el primer sorbo torpemente.
- Y beber, claro - dijo ella dando a entender que ya podía probarlo, así que así hice.
La enfermedad le impedía al abuelo agarrar de forma firme la taza, que temblaba derramando algo de líquido mientras los otros dos presentes le mirábamos de reojo intentando no incomodarle, pero se enteraba, y su frustración era evidente. Nadie quiere ser el centro de atención por no poder hacer cosas con normalidad.
A decir verdad, yo no le observaba disgustado o molesto, como a veces él pensaba, sólo lo hacía para asegurarme de que no fuera a más y ayudarlo en caso de que eso ocurriera.
- Está delicioso - musité. - El té.
- No, sabe a pis - refutó Gordon provocandome risa.
- Ay, ¡tu siempre tan fino!
No pude evitar reírme más, lo que provocó que la abuela siguiera con su discurso:
- Está perfectamente preparado e incluso lo he dejado reposar más porque tardabais...- se paró en seco, me miró la sonrisa y ella tampoco pudo evitarlo.- ¿Tan malo tan malo? -dijo entre arruguitas provocadas por la risa.
- Cass, dedícate a las galletitas de mantequilla.
Aquel comentario de mi abuelo desencadenó un caos de irrisorio entre los tres, tanto que la caseta de madera casi crujía.
Estos momentos compensaban sin duda las lágrimas anteriores.
Aunque se chinchaban entre ellos, podía palparse el cariño que se tenían, y yo los contemplaba orgulloso de lo increíbles que eran.
- ¡Cuidado Josh! ¡Te puedes abrasar!
Si, casi todos me llamaban Josh: mis padres, mis amigos, y de vez en cuando mis viejos Cassi y Gordon.
- Claro abuela, soplar y dejar reposar, soplar y reposar...
- Y beber - concluyó el otro dando el primer sorbo torpemente.
- Y beber, claro - dijo ella dando a entender que ya podía probarlo, así que así hice.
La enfermedad le impedía al abuelo agarrar de forma firme la taza, que temblaba derramando algo de líquido mientras los otros dos presentes le mirábamos de reojo intentando no incomodarle, pero se enteraba, y su frustración era evidente. Nadie quiere ser el centro de atención por no poder hacer cosas con normalidad.
A decir verdad, yo no le observaba disgustado o molesto, como a veces él pensaba, sólo lo hacía para asegurarme de que no fuera a más y ayudarlo en caso de que eso ocurriera.
- Está delicioso - musité. - El té.
- No, sabe a pis - refutó Gordon provocandome risa.
- Ay, ¡tu siempre tan fino!
No pude evitar reírme más, lo que provocó que la abuela siguiera con su discurso:
- Está perfectamente preparado e incluso lo he dejado reposar más porque tardabais...- se paró en seco, me miró la sonrisa y ella tampoco pudo evitarlo.- ¿Tan malo tan malo? -dijo entre arruguitas provocadas por la risa.
- Cass, dedícate a las galletitas de mantequilla.
Aquel comentario de mi abuelo desencadenó un caos de irrisorio entre los tres, tanto que la caseta de madera casi crujía.
Estos momentos compensaban sin duda las lágrimas anteriores.
Aunque se chinchaban entre ellos, podía palparse el cariño que se tenían, y yo los contemplaba orgulloso de lo increíbles que eran.
Las gotitas se habían transformado en gotazas y los truenos se unieron al escándalo que teníamos montado. El abuelo, en un intento por levantarse del sillón, dejó de reír, y con su vaso en mano, se acercó a la ventana.
-Está lloviendo.- dijo, mientras miraba fijamente como el agua recorría el cristal, como las gotas hacían carreras por llegar antes al suelo.
Me acerque a él y le abracé el hombro con el brazo.
- Se aproxima una tormenta.
De repente se asomó un relámpago por la ventana que cegó la sala de intensa luz.
«¡CRUSH!» se escuchó.
El tembleque había terminado. Sorprendido, miré abajo y vi los trozos de cerámica esparcidos por la habitación. Al viejo Gordon se le había caído la taza al suelo. La abuela corrió a por un recogedor y él, quitándome la mano de si, anduvo como pudo hasta su cuarto, donde se encerró. Cassi me hizo una mueca de preocupación indicándome que debía ir a hablarle.
El abuelo era muy propenso a tensarse cuando este tipo de accidentes ocurrían. De verdad le jodía ser "especial", "especial" en el sentido malo de la palabra; así que supuse que era lo mejor, supuse que se relajaría estando conmigo.
Llegué a su habitación en un momento, y toqué su puerta.
- Abuelo...- esperé a su respuesta.- Abuelo...
No contestaba.
- ¿Puedo pasar?
No escuché palabra alguna y me comencé a preocupar.
Me quedé frente a su puerta, frustrado. A Gordon no le gustaba que entraran sin su permiso, pero consideraba que debía hacerlo, por su propio bien.
Así, abrí la puerta y lo encontré sentado en una antigua y roída mecedora, mirando la lluvia de nuevo.
Me acerqué más y pude ver como sus ojos marinos se habían enrojecido. Todo su cuerpo se movía levemente a pesar de sus esfuerzos por dejarlo fijo.
Me senté en su cama, cercano a él, suspiré de manera profunda para contenerme y le miré directamente. Él cruzó la mirada y abrió lentamente la boca con la intención de decirme algo.
- ¿Tienes novia? - soltó de pronto.
- No, la verdad...no.
- ¿Y eso te preocupa? - preguntó.
- ¿Debería preocuparme abuelo?
- No, nunca, cuando encuentres a la mujer de tu vida te darás cuenta, chico. Yo no pude equivocarme cuando vi a tu abuela en ese vestido blanco, columpiándose allí -señaló el parque que se veía desde el ventanal, el verdoso parque de casa - riéndose con sus amigas. Entonces se giró y me hechizó con sus preciosos ojos y su cabello dorado. Supe que la querría siempre, y aquí sigue, vistiéndome cuando yo no puedo, apoyándome en todo momento, preparando un té asqueroso...- Reímos los dos.- Es lo mejor que tengo, junto contigo y tu madre.
- Vosotros sois lo mejor que tengo - le respondí.
Entonces sonrió torcidamente y me abrazó.
- Ya me voy a acostar, Joseph, mañana nos veremos.
- Y no nos veremos más en mucho tiempo, creo.
Hablé más alto de lo que me habría gustado, porque, realmente, era un pensamiento para mi mismo.
- Volveré para visitaros.- aseguró él. Después agarró mi bícep como si fuera un bastón para levantarse del asiento, me besó la frente y no me dejó si quiera responderle. Se tumbó en el camastro, agarró su almohada y murmuró un "buenas noches". Debía descansar así que no le molesté más.
Salí de la habitación y me topé con Cassi. Le dije que el abuelo estaba bien, y que ya había caído dormido. Ella me apretó los dedos y me besó en la mejilla.
- Gracias- dijo.
Pude notar la calidez de su voz y los pocos reflejos rubios de los que Gordon me había hablado y que asomaban en su pelo adornándolo. En sus tiempos la abuela debía ser una belleza, y a pesar de su mal humor, era una mujer excepcional. Comprendí las palabras del abuelo aquella noche.
Cass entrecerró sus ojos y arrugó la nariz como signo de alegría. Tras ello y otro beso de pasillo, se alejo hacia su cuarto para entrar en su sueño.
Yo hice igual.
-Está lloviendo.- dijo, mientras miraba fijamente como el agua recorría el cristal, como las gotas hacían carreras por llegar antes al suelo.
Me acerque a él y le abracé el hombro con el brazo.
- Se aproxima una tormenta.
De repente se asomó un relámpago por la ventana que cegó la sala de intensa luz.
«¡CRUSH!» se escuchó.
El tembleque había terminado. Sorprendido, miré abajo y vi los trozos de cerámica esparcidos por la habitación. Al viejo Gordon se le había caído la taza al suelo. La abuela corrió a por un recogedor y él, quitándome la mano de si, anduvo como pudo hasta su cuarto, donde se encerró. Cassi me hizo una mueca de preocupación indicándome que debía ir a hablarle.
El abuelo era muy propenso a tensarse cuando este tipo de accidentes ocurrían. De verdad le jodía ser "especial", "especial" en el sentido malo de la palabra; así que supuse que era lo mejor, supuse que se relajaría estando conmigo.
Llegué a su habitación en un momento, y toqué su puerta.
- Abuelo...- esperé a su respuesta.- Abuelo...
No contestaba.
- ¿Puedo pasar?
No escuché palabra alguna y me comencé a preocupar.
Me quedé frente a su puerta, frustrado. A Gordon no le gustaba que entraran sin su permiso, pero consideraba que debía hacerlo, por su propio bien.
Así, abrí la puerta y lo encontré sentado en una antigua y roída mecedora, mirando la lluvia de nuevo.
Me acerqué más y pude ver como sus ojos marinos se habían enrojecido. Todo su cuerpo se movía levemente a pesar de sus esfuerzos por dejarlo fijo.
Me senté en su cama, cercano a él, suspiré de manera profunda para contenerme y le miré directamente. Él cruzó la mirada y abrió lentamente la boca con la intención de decirme algo.
- ¿Tienes novia? - soltó de pronto.
- No, la verdad...no.
- ¿Y eso te preocupa? - preguntó.
- ¿Debería preocuparme abuelo?
- No, nunca, cuando encuentres a la mujer de tu vida te darás cuenta, chico. Yo no pude equivocarme cuando vi a tu abuela en ese vestido blanco, columpiándose allí -señaló el parque que se veía desde el ventanal, el verdoso parque de casa - riéndose con sus amigas. Entonces se giró y me hechizó con sus preciosos ojos y su cabello dorado. Supe que la querría siempre, y aquí sigue, vistiéndome cuando yo no puedo, apoyándome en todo momento, preparando un té asqueroso...- Reímos los dos.- Es lo mejor que tengo, junto contigo y tu madre.
- Vosotros sois lo mejor que tengo - le respondí.
Entonces sonrió torcidamente y me abrazó.
- Ya me voy a acostar, Joseph, mañana nos veremos.
- Y no nos veremos más en mucho tiempo, creo.
Hablé más alto de lo que me habría gustado, porque, realmente, era un pensamiento para mi mismo.
- Volveré para visitaros.- aseguró él. Después agarró mi bícep como si fuera un bastón para levantarse del asiento, me besó la frente y no me dejó si quiera responderle. Se tumbó en el camastro, agarró su almohada y murmuró un "buenas noches". Debía descansar así que no le molesté más.
Salí de la habitación y me topé con Cassi. Le dije que el abuelo estaba bien, y que ya había caído dormido. Ella me apretó los dedos y me besó en la mejilla.
- Gracias- dijo.
Pude notar la calidez de su voz y los pocos reflejos rubios de los que Gordon me había hablado y que asomaban en su pelo adornándolo. En sus tiempos la abuela debía ser una belleza, y a pesar de su mal humor, era una mujer excepcional. Comprendí las palabras del abuelo aquella noche.
Cass entrecerró sus ojos y arrugó la nariz como signo de alegría. Tras ello y otro beso de pasillo, se alejo hacia su cuarto para entrar en su sueño.
Yo hice igual.
Estaba tumbado en mi cama, sin conseguir dormirme, acurrucado con un cojín mullido sobre mi pecho. Pensaba en silencio. Pensaba en mis abuelos. Pensaba en mis padres, a los que no veía desde principios de verano. Pensaba en los amigos de la ciudad, que no me habían escrito ni un sólo mensaje en las vacaciones. Pensaba en los amigos del campo: en Cole, en Morgan, Elizabeth... Amigos de la familia Moranda, de parte de madre.
Cole era un chaval rubio, un poco más alto que yo, seguramente porque me sacaba dos años. Ojos azules, fuerte, el típico que gusta a todas las tías. Él me demostró qué significa la amistad. Un día en el lago, a mediados de julio, tras unas 2 horas subiendo la montaña, decidimos darnos un baño. Allí había estrechas y bajas cascadas de un agua cristalina y a decir verdad, casi gélida, y una liana desde donde nos tirábamos y caíamos. Eran ratos de chicos muy entretenidos, fantásticos. Pero aquel día cuando tocó mí turno de saltar, la liana se rompió y en vez de aterrizar en la charca tropecé con una roca. Me desmayé y cuando desperté me encontraba en la mesa del comedor de Cole. Mi pierna y mi brazo escayolados. Su padre era médico y siempre llevaba su equipo encima. Él mismo me explicó que su hijo había cargado con mi cuerpo casi 3 horas y había ayudado en la operación. Desde entonces quedábamos cada día y aún por entonces bromeaba con el tema de mi pata-coja.
Morgan, aún teniendo el pelo castaño y una pequeña estatura, se la reconocía enseguida como hermana de Cole. Esos ojos cian eran demasiado característicos en su familia. Con sus dieciséis era de mi misma edad. De hecho, ella tiene dieciséis y tres cuartos, y yo dieciséis cumplidos hace dos semanas, pero nos entendíamos bien.
Elizabeth... era un caso aparte. Me provocaba confusión pensar en ella, no me gustaba hacerlo. Quizá fuera porque le tenía demasiado cariño y no quería estar con ella dado que sólo la vería dos meses al año. Pero, en fin, ni siquiera podía asegurar que aquello se tratase de algo recíproco.
Cogí mi cámara y ojeé las fotografías que había conseguido hacer este verano. Recordando a estas personas sin duda se me había ido el sueño. Ay, mi preciosa Nikon, mi más querido tesoro. Rectifiqué dentro de mi. Mi más querido tesoro (material).
Cada foto que pasaba era un momento que había vivido. Yo tomaba especial importancia al saber captar la esencia del tiempo y el lugar de la imagen, y desde luego lo lograba. Podía volver al instante exacto cuando fueron realizadas, hasta vi una con mi famosa pierna palo, cojeando, y sentí dolor de nuevo.
De pronto mi reloj se iluminó de un tono amarillo fluorescente. Marcaba la una. Era la alarma para saber cuando debía dormirme, porque sino podía pasar la noche desvelado. Hice un esfuerzo por dejarme atrapar por los brazos de Morfeo, y, según recuerdo, funcionó.
Cole era un chaval rubio, un poco más alto que yo, seguramente porque me sacaba dos años. Ojos azules, fuerte, el típico que gusta a todas las tías. Él me demostró qué significa la amistad. Un día en el lago, a mediados de julio, tras unas 2 horas subiendo la montaña, decidimos darnos un baño. Allí había estrechas y bajas cascadas de un agua cristalina y a decir verdad, casi gélida, y una liana desde donde nos tirábamos y caíamos. Eran ratos de chicos muy entretenidos, fantásticos. Pero aquel día cuando tocó mí turno de saltar, la liana se rompió y en vez de aterrizar en la charca tropecé con una roca. Me desmayé y cuando desperté me encontraba en la mesa del comedor de Cole. Mi pierna y mi brazo escayolados. Su padre era médico y siempre llevaba su equipo encima. Él mismo me explicó que su hijo había cargado con mi cuerpo casi 3 horas y había ayudado en la operación. Desde entonces quedábamos cada día y aún por entonces bromeaba con el tema de mi pata-coja.
Morgan, aún teniendo el pelo castaño y una pequeña estatura, se la reconocía enseguida como hermana de Cole. Esos ojos cian eran demasiado característicos en su familia. Con sus dieciséis era de mi misma edad. De hecho, ella tiene dieciséis y tres cuartos, y yo dieciséis cumplidos hace dos semanas, pero nos entendíamos bien.
Elizabeth... era un caso aparte. Me provocaba confusión pensar en ella, no me gustaba hacerlo. Quizá fuera porque le tenía demasiado cariño y no quería estar con ella dado que sólo la vería dos meses al año. Pero, en fin, ni siquiera podía asegurar que aquello se tratase de algo recíproco.
Cogí mi cámara y ojeé las fotografías que había conseguido hacer este verano. Recordando a estas personas sin duda se me había ido el sueño. Ay, mi preciosa Nikon, mi más querido tesoro. Rectifiqué dentro de mi. Mi más querido tesoro (material).
Cada foto que pasaba era un momento que había vivido. Yo tomaba especial importancia al saber captar la esencia del tiempo y el lugar de la imagen, y desde luego lo lograba. Podía volver al instante exacto cuando fueron realizadas, hasta vi una con mi famosa pierna palo, cojeando, y sentí dolor de nuevo.
De pronto mi reloj se iluminó de un tono amarillo fluorescente. Marcaba la una. Era la alarma para saber cuando debía dormirme, porque sino podía pasar la noche desvelado. Hice un esfuerzo por dejarme atrapar por los brazos de Morfeo, y, según recuerdo, funcionó.
A la mañana siguiente amanecí con los gritos de mi abuela. «¡VAMOS, QUE NO LLEGAMOS!». Por la ventana asomaba un cielo nublado y con deseo de continuar el chaparrón de anoche. Hoy era el día de vuelta a la ciudad, la última mañana de verano que viviría hasta dentro de un largo año. Sin embargo, no estaba deprimido, un poco nervioso más bien. Las razones eras obvias: nuevo curso, nuevos compañeros. Nueva vida al fin y al cabo.
Bajé perezosamente de la cama buscando mis antiguas y embarradas deportivas. Cassi organizaba mi maleta.
- Espera abuela, ya lo hago yo.
Puso los ojos en blanco y pasó la mano por la frente.
- Joseph, ¡menos mal que te levantas! Tus padres vienen a recogerte en treinta minutos.- me explicó - Sigue tú, yo voy a hacer el desayuno.
Obedecí.
Tras unos cinco interminables minutos pude arreglar el estropicio en que se había transformado mi equipaje tras dos meses de desorden y suciedad veraniegos.
El desayuno consistió en huevos revueltos, bacon, tortitas con caramelo y nata y una buena ración de patatas fritas bien fritas. Lo peor es que ni siquiera llegué a llenarme, pero bueno, vivo en America, ¿no? Típico.
Escuché el picaporte de la entrada y mis ojos se llenaron de destellos. Les oía saludando a mis abuelos. Eran ellos. Corrí a la puerta.
- ¡¡¡Joseeeeph!!! - gritó entusiasmada mi madre mientras nos abrazábamos. Podía oler en su cuello el perfume que tanto me gustaba.
Vi a mi padre detrás.
- ¡Papá! - dije. Él mostró su sonrisa de oreja a oreja y me recibió con un beso en la frente.
- ¿Qué tal hijo?
- Perfecto - miré a Gordon y a Cassi - aquí mis abuelitos me han hecho pasar un verano perfecto.
Todos se alegraron y sonrieron. Mamá me acariciaba el hombro y papá no paraba de mirarme.
- Joder Josh, como has crecido - me susurró.
El sol desapareció totalmente mientras charlábamos en el porche y las nubes se hicieron más y más grandes hasta que no pudieron contener las miles de, como Morgan las llamaba, "lágrimas celestiales".
- Está lloviendo.- murmuró el abuelo.
Lloviendo, pensé. Lloviendo un mar de alegrías y tristezas juntas. Agua salada y agua dulce, pero lloviendo. Lloviendo despedidas y nuevos comienzos. Lloviendo hijos y nietos y padres y abuelos. Lloviendo amor.
Cassi me deseó una feliz vuelta a casa y Gordon hizo un guiño de aceptación. Este pueblecito de Maryland había sido mi hogar y echaría de menos todo: las caminatas por la montaña, los días en el mercado, hacer de cocinitas con mi abuela, charlar con mi viejo... hasta respirar el aire de este sitio, que me daba... ¡vaya! me daba felicidad.
Vamos a ver, ManuGuisa, amigo de mi adorada Dillaardi, tres cositas:
ResponderEliminar1-Hola, soy Nina, tengo tres blogs y soy muy bipolar para publicar.
2-¡Por fin un hombre por aquí! ¡Por Dios, esto me recuerda a mi época de bailarina, en la que encontrar a un bailarín era mas difícil que encontrar un dragón!
3-La historia me encanta. Larga, entretenida y adictiva. Me recuerda un poco a mi Hope, pero muchísimo mejor, de la manera en la que me hubiera gustado escribirla desde el principio. Escribes de maravilla.
Un muxu (pregúntale a Di, ya te acostumbrarás a ellos)
Por cierto (esto va para Di) ¡ayudame a poner ese menu de inicio! ¡que lo he intentado de mil maneras y no me sale!
ResponderEliminarMuxus preciosa!
Puf, pues no te creas que a mí me resultó muy fácil jajaja.
EliminarLo más que te puedo decir es que a mí me hizo un tutorial Cassia en su blog, Radioactive Graphics. Aquí tienes el enlace, te lo pongo de todas maneras en la próxima entrada que publiques:
http://radioactivegraphics.blogspot.com.es/2013/09/tutorial-menu-horizontal-con.html
¡Un besazo!
PD: Siento haber tardado tanto en contestar :(
Muchas gracias, la verdad que me quedé trabadito con esta historia, pero si veo que os gusta la intento seguir ;)
ResponderEliminarSi porfa sigue ! Un por favor frances vale mucho sabes ? ;) Me alegro que por fin ayudes a tu pobre amiga, de la que, estando lejos, estoy muy cercana :p
ResponderEliminarUn beso